La crisis o los molestos chirridos de la tiza sobre el pizarrón


La palabra crisis es molesta. Dos vocales débiles que generan una sensación de chirrido, similar al ruido de un gis sobre una pizarra seca. Y esa molestia que genera el chirriar del gis sobre la pizarra se vuelve más molesto conforme su sonido se sigue repitiendo. La palabra crisis tiene efectos similares.

Es una palabra multifuncional. Cuando se habla de un punto de decadencia que linda con la extinción o con el cambio de estado, aparece. De tal forma tenemos crisis políticas, crisis económicas, crisis conceptuales, crisis generacionales, crisis de los 30’s (y de los 40, 50, 60’s…), crisis de la moral, crisis de la familia, crisis nerviosa. ¿Ya les duelen los oídos?

El origen de la palabra remite al griego krisis que alude al verbo que le da origen krinein: separar, juzgar, decidir. En esa raíz etimológica encontramos explicación a varias de las aplicaciones cotidianas con las que se relaciona el término, crisis de identidad por mencionar una.

En los tiempos modernos, y aludiendo sobre todo a la cuestión política, la idea de crisis refiere, sin embargo, a otro concepto también claro de la modernidad, el de tiempo nuevo. Y aunado a éste el de tiempo acelerado y el de progreso (en el sentido de modificación del estado de cosas en que se origina la crisis). Sin embargo, la acepción más extendida para utilizar el término remite a una situación que orilla al olvido las demás: la crisis económica. O, en varios contextos nacionales, las crisis económicas (frecuentes, demoledoras, previsibles y, ¡oh, paradoja!, incentivadas muchas veces por sus propias víctimas). Esas crisis económicas se han convertido en una marca casi descriptiva de los Estados que modifican de maneras erradas (premeditadas criminalmente o generadas por ineptitud) políticas del manejo de su economía.

Cabe detenernos un poco a analizar quiénes son los que resienten esa crisis de manera más dramática. Contrario a la opinión popular y al uso político de la percepción pública, no son las clases más desfavorecidas las que resienten e identifican de manera más dramática sus consecuencias (e incluso sus múltiples justificaciones). Los pobres generalmente resienten estos cambios económicos como una normalidad que va aunada a las dificultades que siempre han tenido para sobrevivir. Me detengo acá para tratar de calmar los ánimos de los que tomarán esta afirmación como pura retórica burguesa y falta de compromiso social, a ellos: no afirmo que las consecuencias que afectan a la economía de un país no impacten la economía real de las clases pobres, sugiero que los efectos en su cotidianidad no son tan sensibles como los que resienten las clases medias, afectadas en beneficios a los cuales las personas en las bases de la sociedad ni siquiera han tenido acceso.

Son las clases medias las que significan el concepto de crisis en su acepción económica. Los que comparten la experiencia de la pérdida del empleo, de la evaporación del crédito, de la acotación de la seguridad social, del empobrecimiento muchas veces no previsto. Las clases medias son las que generan las crónicas más radicales de las consecuencias de las crisis económicas: el padre que perdió la casa, el tío a quien le embargaron el auto, el hermano que quedó sin empleo, la prima que ya no podrá asistir a la escuela privada… Las modificaciones de un estilo de vida y una visión que son percibidas en los términos de tiempo nuevo mencionados líneas arriba. Se llega a una nueva vida, la vida que se tiene que ajustar a las condiciones que las posibilidades materiales pueden solventar.

A las clases altas las crisis afectan de manera importante el valor de sus riquezas, pero difícilmente los orillan a modificar sus estilos de vida. Si esto último ocurre, quien lo sufre (o lo ha sufrido) recibirá una terrible decepción: nunca fue realmente rico. Las clases privilegiadas modificarán cuestiones que afectarán, a partir de los ajustes de empresas, intereses y negocios, a las demás personas que se encuentran fuera de su esfera y que son las que resentirán las modificaciones a su estilo de vida del cual los ricos de a de veras están exentos.

Es la clase media la que ha difundido el uso múltiple de la palabra crisis. También es la que señala a los culpables, generalmente un gobierno cuya clase política se encuentra en la esfera de los que no verán afectada su vida cotidiana. A veces esos señalamientos no alcanzan la reflexión de la responsabilidad que se tiene, sobre todo en sociedades democráticas, sobre las acciones que esos gobiernos toman, responsabilidad que remite al sistema electoral y de participación ciudadana que incluyen esas democracias: elecciones, rendición de cuentas, participación ciudadana, etc.

Más allá de esa reflexión privan las maldiciones, los “mueran” y los “fuera todos”. El contexto actual de crisis económica, sensación común a la mayoría de los países insertos en las dinámicas económicas de Occidente, se ve caracterizado por una creciente toma de postura (muchas veces militante) con respecto de las consecuencias que medidas gubernamentales han ocasionado en la vida cotidiana de muchas personas. La mayoría de esas personas pertenecen a la clase media y se han visto orillados cada vez más a buscar la manera de expresar esa frustración y, también, el miedo de perder no sólo las propiedades sino también elementos como la seguridad y la salud mental que vienen con la incertidumbre. Apunta, por ejemplo, Esteban Hernández en una nota de El confidencial respecto de la situación española:

“No se trata de que haya familias que están pasando dificultades para llegar a final de mes o que se hayan quedado temporalmente sin trabajo o que estén perdiendo poder adquisitivo. Se trata de que el esfuerzo realizado para conseguir una formación carece de recompensa porque ya no sirve para conseguir un empleo adecuado, y de que la mayoría de los la salarios serán menores y la inestabilidad laboral será creciente. En eso consiste la crisis de la clase media. En eso y en que están desapareciendo los valores de honestidad, racionalidad y recompensa diferida que le eran propios, así como la continuidad y la seguridad que aportaban al conjunto social. Por eso, hablar de crisis de las capas medias es también hacerlo de un futuro que se aguarda con temor.”

Ese futuro que se teme es el futuro de la desaparición de la clase media como se ha concebido hasta hoy. Implica también un triunfo en toda la línea del gran capital que en tiempos de crisis generalmente no sufre menoscabo de sus ganancias en virtud de aventurarse en sistemas más favorables a la obtención de ganancias, esto es, Estados que ofrecen mano de obra más barata y sin legislaciones laborales exigentes, exenciones fiscales y permisividad casi ilimitada. Mientras, en los países donde la crisis crece, la relación que se establece es la de un engrosamiento del número de pobres y una reducción (tendiente a la desaparición) de la clase media. Este cartón (imagen) de Quino, de los años setenta, tiene una actualidad perturbadora.

En México, las crisis que se han vivido en tiempos recientes, afectaron de manera importante la percepción de estos eventos como cíclicos e inevitables. A la crisis de 1982, siguió la de 1987, después el “error de diciembre” de 1994 y, a partir de ahí, una reducción en la regularidad de los grandes eventos que referían a una crisis de dimensiones y efectos considerables. Sobrevivió también una sensación de vivir en crisis constante, en “pequeños eventos” que se perciben como la normalidad de la propia vida. Y que generó incluso chispazos de humor como el de un grupo que se bautizó a sí mismo como “La Crisis” (video).

Separar, juzgar, decidir. Los significados primeros de la palabra. Parecieran los pasos de un plan bien meditado. Separar, juzgar, decidir. Ubiquemos esto en el contexto de las democracias representativas en las que nos hallamos insertos y veremos que, desde la ciudadanía, algo se podrá sacar de los estados de crisis. Algo para reducir los molestos chirridos de la tiza sobre el pizarrón.~